La cuestion de sostener el deseo






            Emilio Vardaro y Osvaldo Pugliese

           Hubo una generación de adolescentes, que hace varias décadas atrás, se comprometían con el tango, recreándolo, evolucionándolo, pero por sobre todas las cosas, participando con un alto grado de compromiso artístico e intelectual, con ese objeto de su deseo.


           Eran otros tiempos claro está. Y uno, recordando a aquellos chicos que fueron, de 13, 15, 17 años, podría preguntarse si les corresponde la categoría de adolescentes al modo que lo colocamos hoy. Quizás sí, con recaudos. Si uno se detiene en el fervor que ponían en la vida, en la importancia que otorgaban a sus pares, a la casi sublime idealización con que investían  lo que les atraía; en la rebeldía; en la omnipotencia, con la que se largaban a conseguir su objetivo; si reímos con las bromas e ingenuidades de las que eran capaces, mientras se los catalogaba de genios... esos chicos de pantalones cortos, que graves, tocaban en cafetines a veces prostibularios, algo tenían de nuestros adolescentes de hoy. Y curiosamente en esto de los pantalones cortos, que los varones alargaban a los 18, encontramos un rito de pasaje de aquel entonces, un reconocimiento de lo prohibido a lo aceptado, que marcaba el largo de esa prenda.


        Curiosamente, si bien vivían en una Argentina diferente, casi fundacional, soportaban algunas condiciones  similares a los que acucian a los chicos contemporáneos.


        Ellos eran la primera generación de argentinos, producto de todos los europeos que nos habían habitado. Estaban insertados. Tenían su lenguaje que difería del de sus padres. Compartían códigos que eran adolescentes para los adolescentes, y adolescentes para la ciudad. Se iban definiendo mutuamente, en los grandes movimientos y transformaciones.



        Elegí un grupo de creadores que nacieron en las postrimerías del XIX y en los primeros años del XX, los que más se alejan de estas fechas son Gobbi, nacido en 1912 y Troilo, nacido en 1914.


        He tomado de sus vidas, solo el momento que corresponde a los principios de sus carreras artísticas, que justamente se daba entre lo que ahora llamaríamos pubertad o adolescencia.


        Veremos ciertas constantes y ciertas variables. Entre las constantes: el trabajo presente desde una corta edad, que harían a una cultura del trabajo; los sistemas valorativos sociales; un fuerte ordenamiento jerárquico en la constitución de la familia. 


         Lo que me interesa destacar de entre estas anécdotas, es la fidelidad con que estos chicos, han sostenido su deseo contra viento y marea. Han luchado por él, desde una edad tan temprana, que casi resulta increíble. Y batallaron después a lo largo de sus existencias, en las diferentes vicisitudes que los tiempos presentaron, afrontando  todo lo que la vida ofrece y quita. 


        Si hacemos un recorrido a vuelo de pájaro desde 1907 a 1914, por la historia del país. Observamos un período de conflictos, de hambre, de injusticia, de profundas desigualdades, pero una época también de ideales y grandes esperanzas. Era el tiempo en que se podía creer, crear y amar para un hombre nuevo. En esos años, mientras la ciudad modificaba su aspecto,  se embellecía, se construía afrancesada y palaciega;  las huelgas de trabajadores en la ciudad, en el agro; las preocupaciones por el costo de la vida; por los aumentos en los productos esenciales; por el hacinamiento en los conventillos que termina en la gran huelga de 1907; los choques violentísimos entre quienes reclaman y quienes reprimen. Entre esas represiones la que se lleva a cabo el 1 de mayo de 1909, en Plaza Lorea, donde tantos manifestantes perdieron su vida y  donde se detienen a cientos de otros. El mismo año en que Simón Radowisky, mata a Ramón L Falcón. Luego las celebraciones por el Centenario, la presencia de la Infanta Isabel de España, de Clemenceau, de Marconi y la maquina de la Ley de Residencia, expulsando inmigrantes sospechados de anarquistas. Las tensiones sociales crecían, los atentados se hacían más resonantes, como la bomba colocada en el Teatro Colon. 

         En el 13 y 14 la ciudad seguía creciendo, se inauguraba el primer tramo del subterráneo, la picota seguía demoliendo para abrir las diagonales Norte y Sur.  Mientras, los efectos de la guerra comenzaban a hacerse sentir. Ya desde el 13 las ollas populares se multiplicaban. Había muchísima hambre, brotes de epidemias. La caída de las rentas aduaneras en el 14, generó una grave crisis financiera. Las importaciones cayeron en un 50%, las exportaciones bajaron de 519 a 349 millones.  No eran tiempos sencillos. No era fácil hallar trabajo. Legiones de desocupados, deambulaban por las ya citadas ollas populares y vivían de la caridad. Ese era el panorama que tenían frente a sus ojos, los chicos que hicieron grande al tango.







OSVALDO PUGLIESE








        Nació este hombre con mayúsculas, en  Villa Crespo, que había aparecido como barrio porteño, cuando una fábrica de calzados a la vera del Maldonado, suerte de abismo diurno y nocturno, sitio de juegos y de muerte, loteo la zona para acercar a sus obreros al lugar de trabajo.


         Llegaba a la vida, en los albores del siglo, 1905 para más datos, cuando el tango había seducido los espíritus musicales de nuestros abuelos gringos. 


         Tanos musicantes, italianos amantes de la música... aquellos mismos que poblaban del otro lado del Atlántico los paraísos de los teatros, aquel pueblo a quien primero saludaba Toscanini, los que conocían de memoria las letras de las óperas aunque no sabían leer;  esos que aquí armados de flautas y violines, ponían ritmo en los viriles cafés que definían los barrios. El maestro hablaba justamente de ellos, como de emporios musicales, que de murallas adentro, ofrecían todo lo que de tango se podía pedir.


        En uno de esos cotos, transcurrió su niñez. Un padre obrero y flautista “ de oído “, que tocaba en un cuarteto, integrado también, por el “ sordo  Piana”; ignorantes aún que su aporte personal, estaba en la obra maravillosa que sus hijos emprenderían. Dos hermanos laburantes y violinistas y una madre que lo alentaría sin pausa.


        Habiéndose criado en un ambiente de tango, su adolescencia, parece haberse facilitado, en cuestiones de vocación. La familia del músico, era decididamente facilitadora, y empujaba en la dirección de la realización personal del hijo. 


       Cuando al pequeño Osvaldo le pusieron un violín en las manos, con sentido musical, lo rascaba bien y tan bien lo haría, que su “ viejo “, creyendo que ya sobraban violines en su casa de la calle Canning, le compró piano y allí comenzó este chico a frecuentar profesores.


        Su carrera como músico comenzó a sus 13 años. Para ese entonces aprendía el oficio gráfico, ya que había abandonado la escuela en 4to grado. Una tarde, un conocido, se lo pidió a su padre para que actuara en el café La Chancha en las actuales Córdoba y Godoy Cruz. Éste le consultó al hijo si quería, y así comenzó su rutina de músico de 6 de la tarde a 1 de la madrugada. Contaba, que todas las noches regresaba con la paga en el bolsillo y solía tropezarse con los ladrones del barrio, que decían “ este es el músico de la chancha, déjenlo pasar “; de ese modo, al día siguiente le entregaba a su madre el dinero ganado.


       De La Chancha, pasó al ABC de Córdoba y Canning, y de allí al Café Iglesias, al 1600 de la Avenida Corrientes, junto a la orquesta de Paquita Bernardo. Luego el camino que lo llevaría a la consagración...


       Cuando Pugliese dio un épico concierto en el Teatro Colón, pidió al público le disculpara el dedicarlo a la memoria de su madre, esa que cuando le oía tocar, nunca dejaba de gritarle “ Al Colón, al Colón “.



       Sin lugar a dudas, viéndolo desde la perspectiva que da el poder leer  la totalidad de una vida. Este chico, que fuera don Osvaldo Pugliese, tuvo el privilegio de nacer en una casa de corazón y de mente abierta. Porque más allá del estilo de Pugliese, es de ese compromiso con la vida; de ese andar por las veredas llanas de la existencia, con la rectitud y la medida de quien pergeña su destino, sobre bases que superan las aspiraciones personales; de la coherencia de ser fiel a sus principios; del  construirse  con laboriosidad de abeja, fe de empecinado y varonil coraje, para defender ideología y vanguardia creadora, de lo que dan cuenta de su talla y de su cuna.







ANIBAL TROILO  





        Pichuco, el más joven de esta serie, nació en julio de 1914, en el barrio del Abasto. No es de extrañar, que un chico, que caminara esas calles mitológicas; aunque en su familia no hubiera especial predilección por la música; tuviera al tango enredado, como otra fibra de su corazón. Y así debía ser , porque él recordaba haberlo descubierto, una noche en que volaba de fiebre, era muy chiquito y su madre puso un disco de Gardel. El tango se le instituyó como cosa visceral. Y ese embrujo, le hacía imaginar acordes que sacaba de su almohada, que fue el primer bandoneón que sus manos acariciaron. 


      Su infancia: dura, marcada por la pobreza, los ecos de la guerra, la prematura muerte de una hermana y la del padre en 1922.  


      La entereza de la madre que tozudamente yugó para sacar a su prole adelante; mientras a su hijo menor, el bandoneón que un musicante griego, le había permitido sostener sobre sus rodillas, lo había enamorado. Y como se trataba de un amor sin remedio, el chico dio vueltas y vueltas en torno a ella, hasta que consiguió que le comprara uno, a 140 pesos, pagaderos en 14 cuotas. Solo pagaron 4, porque el vendedor murió y no hubo a quien saldar la deuda. Ese fue el instrumento que Pichuco, usó casi toda la vida.  


      A los 10 años comenzó a tomar clases. Actuó en el cine Londres y a los 12 en el Café Petit Colón. La gente lo aplaudió con tanto entusiasmo, que esa noche le hicieron firmar un contrato, y nació el gordo Pichuco, como profesional, pegando un estirón a los pantalones, que la madre alargó antes del tiempo que permitían los ritos. El enfrentamiento con doña Felicia, que tanto lo había apoyado, se dio después, cuando Pichuco abandonó la secundaria. Pero la madre comprendió que el destino venía imponiéndosele, en la tenacidad de ese hijo que sabía donde estaba su pasión.







JUAN D´ARIENZO





       El mundo de D´Arienzo en nada se parecía al de los anteriores músicos. Había llegado a la vida en diciembre del 900, en el barrio de Balvanera; célebre por sus salones de tango; pero al seno de una familia perteneciente a la nobleza  siciliana, con excelente pasar económico. Sus padres así como los  de Troilo y de Pugliese, soñarían para su hijo, el mejor de los destinos, pero a diferencia de ellos, contaban con los recursos para hacerlos realidad. Así que a Juan, le colgaron el sayo de abogado.


       La vida le transcurría con placidez; a sus 8 años, la madre que descendía de una familia de melómanos, lo puso a estudiar piano; luego cumplió sus estudios primarios y secundarios, y buscó empleo. Tal como su padre, que era apoderado de sectores del agro, Juan, poseía una gran capacidad comercial y una viva inteligencia, rápidamente ascendió en la tienda Avelino Cabezas, donde comenzó como ascensorista.


       Una tarde, esa serena rutina comenzó a fisurarse, cuando entró a curiosear a un negocio de venta de instrumentos musicales. Vio allí a un muchacho de su edad, que sentado a un piano, ensayaba, se pusieron a charlar.


-          Juan D´Arienzo.- Se presentó el uno.


-          Angel D´Agostino .- Se presentó el otro... Un jovencito que aprovechaba los


pianos que habían en venta, para poder estudiar.


       La amistad quedó sellada en ese mismo momento. Se convirtieron en hermanos inseparables. D´Agostino comenzó a estudiar en la casa de D´Arienzo. Juntos consiguieron un empleo, integrando un conjunto infantil, que los domingos por la tarde, actuaba en el Jardín Zoológico. Paralelamente iban trabando amistad, con los grandes del tango. El destino se les  estaba definiendo. Se volvieron profesionales.


      El padre de D´Arienzo, no lo aceptó. Sus deseos tenían el peso de la experiencia: prosperidad, seguridad, viajes, buenos estudios; que era lo que él había proveído a su familia. La discrepancia creció, el padre decidió cortarle los víveres.. Juan, se definió por su pasión... Pasados los años, en la cumbre de su éxito, lamentaba, que la prematura muerte de su papá, no le hubiera permitido ver, lo correcto de su elección.






FRANCISCO Y JULIO DE CARO

 Julio de Caro




       El hogar de dónde provenían los hermano De Caro, también era diferente. No había allí ni la plasticidad al cambio, ni el estímulo a sostener sus elecciones, ni mucho menos,  la perspectiva de aceptar a los hijos como dueños de sus propios destinos, que tenían los Pugliese o doña Felicia de Troilo.  Muy por el contrario, como veremos a continuación, las rígidas normas de autoridad paterna, eran la clave de la dinámica interpersonal de esa familia de músicos. Francisco De Caro nacido en marzo de 1898 y su hermano Julio un año menor, cultivaron entre ellos una relación que supero con mucho lo meramente fraternal. Excelentes amigos, compinches y socios de creación artística, mantuvieron un frente común de defensa de su derecho a la individualidad. 


       El padre, don José De Caro, que era músico, director de orquesta, mandolinista y pianista; llegó a tener uno de los conservatorios musicales más importantes de su tiempo.  Para cuando Francisco llegaba a los 7 años de edad y Julio a los 6, decidió que era el momento  de introducir a sus hijos mayores , en el mundo de la música. Sin consultar las preferencias de los chicos, al primero le adjudico el estudio del violín, y al segundo el del piano. 





       Aquí se originó una de las situaciones de abuso, más claras de las que habrían de vivir esos hermanos. Porque justamente, las vocaciones habían sido cruzadas. Francisco amaba el piano, y Julio el violín. Pero el padre había dispuesto y en ese hogar no se discutían las órdenes. Así que  los hermanos continuaron sus estudios sin rechistar. La única escapatoria era la de  intercambiar en secreto las lecciones que recibían; Francisco estudiaba a escondidas el piano y Julio el violín. Esta situación se mantuvo durante muchos años, hasta  en 1912, en que con motivo de una mudanza, el padre accedió a que cambiaran el instrumento de estudio. 


       Francisco y Julio, que ya cursaban su secundaria, al tiempo que  realizaban estudios superiores de música; aunque vivían un tiempo de tango y en un barrio tanguero, tenían la expresa prohibición de mezclarse con esos “ acordes decadentes “. Sin embargo, sustraerse al mundo de sus pares, era imposible, y ambos frecuentaban  el café de Independencia y Pichincha, donde actuaba Arolas, y a escondidas tocaban algunos tangos. Cuando Francisco cursaba el 2do año nacional, decidió enfrentar a su padre, por primera vez, diciéndole que dejaría la escuela para dedicarse por completo a la música. Arrastró en esto a Julio, y  ambos hermanos abandonaron el colegio, consagrándose  a ofrecer conciertos clásicos. 


        Entre clásico y clásico, Francisco, arrastrado por su gusto, para 1916, participaba en orquestas de barrio, que actuaban en fiestas familiares, y había compuesto su primer tango. Julio, que no se animaba a tentar la furia paterna, se determinó, cuando se le presentó la oportunidad de debutar con Arolas.


En 1918, para Francisco, los tiempos de las escondidas llegaban a su fin. Tomo la decisión de hacerse cargo de su vocación y de las consecuencias que esto pudiera acarrearle, cuando se integró a un cuarteto que actuaba en el Café “ El parque “. Fue tanto el éxito, que la familia tomó conocimiento y don José De Caro, ante el hecho consumado, decidió echar al hijo de la casa. Francisco, cobró la quincena, se embarcó para Montevideo y con 5 pesos en el bolsillo se lanzó a la aventura de vivir, asumiendo su deseo. Consiguió un trabajo, que le permitió vivir con comodidad y componer. Para 1921, los hermanos De Caro se reencontraron en Montevideo, a donde llegó Julio, integrando el “ Cuarteto de los famosos” junto a Enrique Delfino. Había corrido el mismo destino que Francisco. 


        De la carrera de los De Caro, huelga hablar... lo interesante, es conocer que ocurrió, cuando los dos hermanos regresaron a Buenos Aires, luego de ese exilio impuesto por el autoritarismo paterno. Don José, había reflexionado su error. Francisco, aceptó la reconciliación, en cambio Julio, se mantuvo alejado de la casa paterna, por muchísimos años.







PEDRO MAFFIA





        Pedro Maffia nació en agosto de 1899, en el barrio de Balvanera. EL destino hizo que su familia fuera mudando de barrios, entre los que habitaron, estuvo Floresta; donde el padre supo tener un almacén con billares, cancha de bochas y un tinglado para payadores, donde se reunían Higinio Cazón, Federico Curlando, Ambrosio Rios, entre otros. El pequeño Maffia, a escondidas de su padre que no le dejaba participar de esas cuestiones de hombres, se las ingeniaba para escuchar clandestinamente.. Para cuando comenzó el estudio de piano, los deberes escolares quedaron totalmente relegados, la pasión por la música le hacía adelantar los estudios de tres en tres. 


        En 1911, su padre lo llevó a escuchar a Pacho, al café “ Garibotto “ en las actuales San Luis y Pueyrredón.   Maffia, se encontraba con su deseo. Cuanta habrá sido la fascinación que Pacho produjo en el chico; que el padre con inmenso esfuerzo, le compró para  la noche de Reyes, un bandoneón. Y según cuenta Adolfo Sierra [1], otra noche, con su hijo vestido de marinerito, salieron hasta el café “ La Morocha “ de Rio de Janeiro y Corrientes, donde contrató como maestro de su hijo a Pepin Piazza. 


        Poco le duraría a Maffia, el maestro, en pocos días, ya no tenía nada para enseñarle. No existía un método de estudio especial para el  bandoneón, Pedro no se amilanó, comprendió que único camino posible era adaptar sus estudios de piano. Tenía 12 años  y pantalones cortos...  no solo comenzó a combinar los sonidos revolucionando el sentido armónico, sino que sentaba las bases de la escuela bandoneonista del tango. Le experiencia que realizó, dio sus frutos, adquirió una digitación desconocida hasta entonces, especialmente por el dominio de la mano izquierda. 


        Su debut  fue en el café con Orquesta “ el Capuchino de Carlos Calvo entre Boedo y Colombres, de allí paso al cuarteto de Pedro Ramirez, que actuaba en un circo, donde  lo escuchó  un corredor de números de varieté que se lo llevó a un encargado de las orquestas en los cafetines de la Boca. En 1913, debutaba en el café La Marina de Suarez y Necochea. Tenía 13 años.






ELVINO VARDARO






        El comienzo de la historia de Vardaro, es la de la ilusión de los viejos inmigrantes italianos, que veneraban la música; es un racconto de las peripecias y ansias, de todos los que llegaron a estas tierras con esperanzas desbordadas, que trabajaron hasta el límite de sus fuerzas, que vieron pocos frutos en el árbol de las idealizaciones y proyectaron vivir en  sus hijos, lo que les fuera negado. 


       Elvino, nació  en un barrio bien tanguero: Almagro y fue para junio de 1905. 


        Se dice que a los 4 años, arrancaba sonidos de dos maderitas y unos hilos que recogía en la sastrería de su padre; y éste, con un corazón tierno y una cabeza en la que no cabían tantos sueños; quiso con mucho romanticismo, hacer de su pequeño, un eximio concertista de violín. El hijo se consustanció con el deseo del padre, o el don del hijo influyó en toda la familia... La cuestión es que el violín se convirtió en el interés central de su niñez. Su necesidad de progresar era tal, que se auto privaba de jugar, para avanzar en sus estudios  Como consecuencia de tanto método, a los 8 años, ya daba conciertos en salas de jerarquía. Su vida estaba en la música clásica, declinó ejercer trabajos paralelos, quería dedicarse por completo al violín, que fue su razón y su obsesión.


         Los esfuerzos económicos que el sastre había hecho, para que su hijo alcanzara semejante altura en tan pocos años, habían sido descomunales. Para 1915, los críticos se deshacían en elogios hacia ese niño que venía de brindar una serie de conciertos. Se presagiaba un futuro brillante. Sin embargo, la vida torcería en parte el camino. En 1919, dio su último recital como músico clásico. Curiosamente, para ese entonces, había llegado a sus manos, un tosco violín torpemente pintado. Vardaro, con paciencia lo fue restaurando y bajo la pintura roja que lo cubría, descubrió una valiosa pieza de 1750. Fue con  ese instrumento que se inició profesionalmente en 1920, cuando impulsado por los apremios económicos que padecía su familia, aceptó amenizar las películas mudas que se proyectaban en un cine de la AV. Entre Ríos entre México y Chile, por 10 pesos mensuales. Tenía allí como compañero de tareas, a  otro chico,  violinista también, llamado Rodolfo Biagi. 


        Una noche de 1921, llevado quien sabe por que extraño azar, o por que acertada información,  llegó hasta esa “ piojera “ Juan Maglio  “. Escuchó atentamente, al pibe del violín y de inmediato le propuso ingresar a su orquesta que era inmensamente prestigiosa.  Vardaro aceptó , entendía que eso marcaría su consagración como músico popular y la posibilidad de  ganar mucho más dinero para ayudar a su familia.


        Solo faltaba la autorización del padre. El hombre quedó desolado y le negó rotundamente ese cambio de orientación, que significaba el final de sus sueños. Sin embargo, el hijo no pudo ser doblegado en su determinación, ni por culpa, ni por gratitud ... Todo el esfuerzo que había puesto, en tantos años de estudios, se los dedicó  al tango, del que llegó a ser, su primer violín.







OSVALDO FRESEDO





         Fresedo, provenía de una familia de muy desahogada posición económica. Había nacido en  Lavalle al 1600, en mayo de 1897. Eran otros tiempos y otras las costumbres, los chicos, comenzaban a trabajar, haciendo labores de medio tiempo, a una edad muy prematura, aún, cuando en la casa no se necesitase de esa entrada; de modo que hacia 1910, viviendo ya en La Paternal, que le diera el apodo , Osvaldo asistía a una colegio de Flores y hacía el trayecto en bicicleta, porque ya estaba empleado como cadete, ganando 10 pesos mensuales. 


         El tango había comenzado a ganarle la voluntad, y hacia 1912, era acólito del café Venturita, donde oía tocar a los grandes, y donde se originó su deseo de estudiar un instrumento. Su madre le insistía con el piano, ya que ella era profesora de  ese instrumento; pero a él le atraía más el bandoneón, y como no podía comprarlo, se conformó con una concertina de 10 notas, con la que formó su primera agrupación, junto a otros pibes del barrio.


         El padre, lo había inscrito en la Academia Pagano para que continuara sus estudios comerciales y allí iba Osvaldo, con su inseparable bicicleta, hasta que logró reunir los 60 pesos, precio del bandoneón de 65 voces, que era el objeto de sus deseos. Entonces Fresedo cambió el rumbo, y en lugar de ir a la escuela, iba a tomar clases con un cochero de plaza, que era  bandoneonista de oído. Esto en la más absoluta clandestinidad. Luego optó por anotarse en un instituto donde aprender teoría y solfeo. Pero las faltas al Instituto aumentaron tanto, que el padre se enteró. Tan grande fue el disgusto, que Osvaldo debió dejar la casa paterna. Entonces se empleó como pintor de paredes, ganaba dos pesos por cada pared que blanqueaba y sostenía su interés por el bandoneón. Fue una aventura de chiquilines la que lo regresó a la casa paterna.  Él y sus amigos, no tuvieron mejor idea, cierto idea, que pintar una vaca de blanco, el dueño del tambo los pescó infraganti y salió a perseguir al primero que vio, que justamente era Fresedo. En su huida, Osvaldo solo atinó a ir a buscar refugio en la que fuera su casa. El padre que lo vio llegar en semejante estado, se compadeció, se produjo la reconciliación y aceptó que el hijo se dedicara al tango.







ALFREDO GOBBI





         Alfredo Gobbi, nació en París, en mayo de 1912. Sus padres, que constituían uno de los dúos de cantantes, más mentados, participaban de la aventura de cimentar el tango en Europa. Nacía entre los prestigiosos de entonces, teniendo a Villoldo como padrino de bautismo.


        El matrimonio de los Gobbi, gente de la bohemia, decidido, emprendedor y  vanguardista, decidió regresar a Buenos Aires, cuando Alfredo nació, porque venían de perder una hija en el frío invierno Parisino, y prefirieron preservar la vida de ese niño, que continuar sus éxitos. Tal era terror y el dolor que esa prematura muerte les había infligido. Una vez en Buenos Aires, se instalaron en Villa Ortuzar, donde fueron perdiendo el dinero que habían ganado en sus presentaciones europeas. El estilo que ellos habían paseado por el mundo, estaba fuera de moda y el pequeño Gobbi, se crió entre estrecheces económicas, lo cual no impidió que estudiara música desde los 6 años. El violín, no fue su elección, pero si su gran amor.


       Rápidamente Alfredo mostró sus dotes y comenzó a inclinarse por el tango, con gran indignación y oposición del padre, a quien nadie tenía nada  que contarle acerca del tango;  y esperaba para su hijo un futuro diferente al que él y su esposa habían conocido. 


       Pero estaba decidido. Se cuenta que Alfredo vendía diarios por las calles y se guardaba las moneditas, para ir a los cafés a escuchar a las orquestas, en las que abrevó, el sentido de musicalización que luego aplicó en su gran orquesta. Debutó profesionalmente a los 13 años, en bailes de formativo. Luego trabajó para Pacho. En 1930, integró junto a un desconocido Troilo, el sexteto de Pugliese - Vardaro, y siguió así su derrotero.









PAQUITA BERNARDO







        El 1 de mayo de 1900, en Villa Malcolm, llegaba al mundo esta chica, que en su corta vida, fue capaz de desafiar imposiciones y discursos sobre lo que podía o no podía hacer una mujer con su destino.


       Hija de andaluces comerciantes, llegó a sexto grado, sabiendo que no habrían para ella más estudios, por falta de recursos económicos. Rápidamente comenzó a trabajar en una fábrica de medias. Paquita que de pequeña, se había sentido atraída por la música, había convencido al padre para que la dejara tomar clases de piano, en un conservatorio particular, donde conoció a José Servidio, que tanto tuvo que ver con su futura  elección por el bandoneón. Comenzó a estudiarlo a escondidas, pero decidida a hallar el modo de hacérselo saber a sus padres. Fueron sus hermanos quienes la apoyaron en la confesión. El padre, don José María, fue tajante , la hija jamás tocaría ese instrumento que no solo correspondía a hombres, sino que estaba relacionado con el tango, y que además obligaba a estar abriendo y cerrando las piernas, algo impropio de una chica de buena familia. No había fuerza humana que hiciera desistir a Paquita de su determinación. Don José María, tuvo que  otorgar el permiso y Francisca, comenzó a estudiar abiertamente el bandoneón. Entre 1917 y 1918, Paquita amenizaba reuniones familiares, encuentros de beneficencia. A veces recibía consejos de Pedro Maffia, que tenía su misma edad. Paquita también trabajada en hospitales y asilos de barrios vecinos, donde era presentada como  “ la revolucionaria mujer bandoneonista “.

      Como era de esperar, siempre salía a trabajar acompañada de uno o dos de sus hermanos. Jamás usó pantalones para tocar, porque eso estaba muy mal visto, aunque si, camisa y a veces corbata.

      Saltó a las glorietas y cafés de Villa Crespo. Pronto formó un sexteto, que tenía como pianista a un chico de 14 años, llamado Osvaldo Pugliese y en uno de los violines a otro chico de igual edad, llamado Elvino Vardaro. Paquita no se quedó en Villa Crespo, tocó exitosamente en el centro y también en Montevideo.

      A los 24 años, ya era bandoneonista, directora de orquesta y compositora. Había revolucionado el tango, apoyando el fuelle rezongón sobre unas faldas. Había vivido comprometida con la música. Y allí a los 24, se le detuvo la vida. Y se quedó flotando, como “ la flor de Villa Crespo “. Todo un ejemplo de la tenacidad que pueden tener las flores, cuando se encuentran con su deseo.



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BIBLIOGRAFIA


Del Pino, D. Paquita Bernardo, la primera mujer bandoneonista.
                  En  Revista Todo es Historia, Nro 391, febrero 2000.

Sierra, Luis A. Tango (1) Bs. As. Todo es historia, 1976

Revista Los grandes del Tango . D´Arienzo
Revista Los grandes del Tango.  Pugliese . 
Revista Los grandes del Tango.  Troilo          

Rafael, E  y Ayala, J. Osvaldo Pugliese es tango puro, en cuerpo y alma. En
                               Revista La Maga,Bs.As, nro. Agosto de 1994, pag 54
Rafael, E.                 Pugliese por Pugliese. En Revista La Maga, Bs,As,
                               Nro. Julio 1995, pag. 2,3,4
Rafael, E.                  Osvaldo Pugliese, El Colón. En Revista La Maga., Bs.As.,
                                Julio de 1995, pag. 14
Etchegaray, Natalio.   Orquesta Osvaldo Pugliese del decarismo al pugliesismo.
Parodi, H y Pinzón, N. Breve historia de Osvaldo Pugliese y su orquesta.
                                 En TodoTango.com.
El Portal el Tango .      Homenaje a Osvaldo Pugliese. En elportaldeltango.com
Cinenacional.com.       Biografía a Osvaldo Pugliese. En cinenacional.com
WWW.todotango.com  Los creadores

 Fuentes Periodísticas.

Pugliese. En Clarin, 12 /12/1985
Pugliese tocó en el Colón. En Clarín, 27/12/85
Pugliese ovacionado en el Colón. En La Razón, 27/2/85
Murió un hombre nuevo. En Página 12. 28/7


[1] Sierra, Luis A . Tango I. En colección Historia del Tango. Bs.As,Todo es Historia,1976 



17 de febrero de 2014